Las dificultades nos imponen desafíos que nos pueden paralizar o impulsar a crecer. Cada quien es libre de escoger el camino.

Hoy, la realidad geopolítica del mundo, los conflictos bélicos, las guerras comerciales, los pesos y contrapesos que generan los avances tecnológicos de uno u otro hemisferio, y los «dimes y diretes» de los líderes políticos sacuden las bolsas y los mercados del mundo. Todo esto nos mantiene expectantes sobre la injerencia que tendrán esas dinámicas en nuestro entorno doméstico.

Estamos en un contexto holístico donde todo movimiento causa un efecto dominó. No obstante, siempre hay opciones para timonear bien la economía de un territorio pese a que las aguas estén salpicadas por fuertes vientos.

En el más reciente Indicador Trimestral de Actividad Económica Departamental (ITAED), publicado por el DANE, el departamento del Atlántico creció 2,6 % en su actividad económica durante el primer trimestre del año, ubicándose apenas una décima por debajo del promedio nacional (2,7 %).

Este hecho tiene una importancia mayúscula para nosotros porque demuestra que, a pesar de todas las adversidades que enfrentamos en las regiones, seguimos creciendo.

No es lo mismo crecer en medio del auge que hacerlo en medio de la dificultad. Y en el Atlántico se tomó la decisión —desde hace al menos 20 años— de sumar fuerzas para generar capacidades en el territorio, porque las herramientas básicas para apalancar el desarrollo económico eran inexistentes u obsoletas.

El sector público convocó a la academia, los gremios económicos y las organizaciones sociales para planificar el futuro que se quería. Y a pesar de cualquier diferencia natural entre las partes, avanzamos. Por eso, aquí alcaldes y gobernadores, empresarios y autoridades, académicos y líderes sociales —desde la disparidad de criterios— construimos sobre lo fundamental.

Municipios como Puerto Colombia hoy tienen un auge en turismo porque se les brindaron capacidades básicas al dotarlos, desde los gobiernos, de agua potable y saneamiento básico de calidad pensados a largo plazo, vías con una intención social y económica, y una mayor atracción para los inversionistas. En fin, todo aquello que le diera más herramientas a la marca territorial de nuestro departamento.

Esto no salió «debajo del sombrero»; es producto de una decisión política que sumó voluntades alrededor de un sueño estratégico.

Hoy, que nos dicen que crecimos en el primer trimestre un 2,6 %, entendemos los efectos de los 3,1 billones de pesos que se están invirtiendo a lo largo y ancho del departamento. Esto necesariamente mueve la economía; no es una cifra fría e irrelevante, es el efecto dominó de un ejército de mano de obra calificada y no calificada de familias enteras que aportan al mejoramiento de su calidad de vida.

En el Atlántico no tenemos tiempo para peleas partidistas y estériles. Estamos enfocados en generar expectativas positivas alrededor de las inversiones. Eso llama la atención del empresario, seduce al turista y enamora al habitante de la casa, quien cada vez más se siente orgulloso de recorrer su tierra y pagar los impuestos porque se ven, se disfrutan.

¿Qué falta mucho por hacer? Claro que sí. El día que paremos porque creamos que ya todo está hecho, perdemos. Aquí la tarea es 24/7, y hay que reforzarla con nuevos liderazgos que estén a la altura de los desafíos de hoy y de los que vendrán.